Por Clara Bouquet
El amor eterno, el amor que no tendrá fin… Eso es lo que representan las alianzas que los novios se intercambian en la ceremonia de la boda. Eso sí, es un acto puramente ceremonial, es decir, su ausencia no invalida la boda.
Y no es una tradición nueva. Según se cuenta, ya los egipcios se intercambiaban anillos en señal de amor, y los romanos, parece ser, que usaron las primeras alianzas de hierro. Sin embargo, la Iglesia católica no vio siempre esta tradición con buenos ojos, hasta el punto que se instauración de forma oficial no se produjo hasta el S.IX bajo el papado de Nicolás.
También tiene su tradición el hecho de colocar las alianzas en el dedo anular ya que, según las creencias de las primeras culturas, en este dedo se encontraba la «Vena amoris» que se conectaba directamente al corazón.
Su forma circular es lo que le confiere, precisamente, ese sentido de amor eterno, ya que el círculo es una forma que no tiene principio ni fin, y eso es lo que desean los recién casados que sea su amor. Una relación eterna, permanente, que luchará siempre por mantenerse firme y unida. Sus alianzas serán para siempre un recordatorio de su compromiso.
En la actualidad, las parejas plasman sus gustos en las alianzas, que pueden ser de muchos tipos. Lo habitual es que sean de oro, aunque también las hay de platino e, incluso, paladio, ya que éste es considerado también un metal semiprecioso pero es algo más económico. Sea como fuere, la tradición marca que en el interior se grabe el nombre de la pareja y la fecha del enlace.